Amigos del Municipal

Corporación de Amigos del Teatro Municipal de Santiago

 

Desde sus primeros años, Carmen Gloria Larenas habita en la cultura. Hoy, como directora del Teatro Municipal de Santiago, antes, como una pequeña bailarina de ballet, disciplina que cultivó con pasión y rigor durante las etapas iniciales de su vida. Los detalles de esa trayectoria son una inspiración para asumir desafíos cumpliendo sueños y siempre en busca de nuevas perspectivas.

Con solo 5 años, inició ese recorrido en el colegio tomando clases con una ex  bailarina del Teatro Colón de Buenos Aires, quien se resistió a recibirla al principio por su corta edad. “Mi insistencia fue tal que finalmente aceptó y consideró que tenía talento”, recuerda. Después continuó con sus clases particulares hasta que al cumplir 12 años, le sugirió que era momento de ir a a la escuela del Teatro Municipal, si quería ser profesional.

 

¿Quién te incentivó a seguir ballet?

Había una cultura musical y literaria en mi casa, pero no en particular respecto del ballet. Tenía la vocación. Vi en la televisión “El Lago de los Cisnes” y me encantó, y sin mayor análisis dije eso quiero hacer y lo hice por mucho tiempo. No hubo insistencia ni había tradición en la casa para hacer una carrera artística, en esos años era más excepcional que hoy. A pesar de todo, me apoyaron.

¿Cómo fue estudiar en el colegio junto con clases profesionales?

La única condición de mis papás fue terminar el colegio y lo hice sin mayor problema, siempre me gustó estudiar. Sentía la necesidad de dedicar más tiempo a lo que me apasionaba más, pero terminé el colegio muy bien, fui buena alumna. Me pidieron rendir pruebas de admisión universitaria. Después fui libre para dedicarme completamente al ballet hasta que decidí hacer un giro. Esa prueba me permitió empezar mi estudios de periodismo, me reinventé y fui a buscar una segunda vida profesional después de haber bailado.

 

¿Cómo fue tu llegada a la escuela del Teatro Municipal a un grupo más homogéneo?

Era otra dinámica, la mayoría había hecho la escuela por más tiempo, aterricé en un grupo que ya existía, eso es un desafío. Pero me gustaba mucho lo que hacía y tuve muy buena relación con mis compañeras. Éramos muy distintas, pero nos unía el amor y la pasión por la danza. Tengo excelentes recuerdos. Fue muy formativo también desde otros puntos de vista.

¿Tenías clases todos los días?

Sí, después del colegio tomaba la micro, las actividades empezaban entre seis, seis y media hasta las nueve, diez de la noche. Volvía a mi casa súper tarde, en micro. Hacía tareas o estudiaba, no fue sacrificado, estaba muy contenta, lo viví bien, tenía convicción de que me encantaba lo que hacía. Me faltaba tiempo, pero no me costó. Era como hacer un deporte, tienes que distribuir tu tiempo, eso hace madurar antes. Cuando se cultiva con rigurosidad estas artes para ser profesional, son muy formativas. Aprendí a distribuir mi tiempo, a estudiar y a organizarme, porque tenía esta pasión que me consumía mucho tiempo. Me fui de frente a ese desafío y me acostumbré a trabajar mucho, a esforzarme y cumplir con mucha rigurosidad. Mi papá era un hombre de mucha rigurosidad a cumplir con los desafíos, crecí en eso.

 

 ¿Era muy cansador físicamente?

Sí, pero es una vida enfocada a eso, eres como un deportista de alto rendimiento y te cuidas en consecuencia, vas a terapias de kinesiología, cuidas el físico, descansas, cuidas la alimentación. Es cansador, pero es fantástico, un poco adictivo. Recuerdo una vez haber sentido un cansancio extremo. Hacíamos funciones dobles de “El Lago de los Cisnes”, un ballet largo y pesado para las mujeres. Entre una función y otra hubo solo media hora, te tienes que duchar, volver a prepararte, cuando sentí la música del segundo acto dije no puedo más, estaba agotada. Lo hice, todas los hicimos. Cuando terminé esa función dije si fui capaz de superar este cansancio, no sé qué más me puede cansar tanto. También me sentí cansada cuando mi hija era chiquitita, pero recordaba esas funciones dobles y nada me iba a ganar.  No era un cansancio que se vivía mal.

 

¿Por qué dejaste de bailar?

En un momento, sentí que no era suficiente para mi vida diaria. Siempre fui curiosa y cuando bailé tomé cursos de historia del arte, de historia de la música. Siempre me gustó estudiar, pero no me hizo falta más hasta que sentí que la chispa que siempre estuvo conmigo había desaparecido un poco. Consideré que, por respeto a ese arte que había cultivado con mucho respeto y dedicación, era el momento de dar un paso a un lado. No fue una decisión fácil ni evidente, pero sentí que había cumplido una etapa y quería desarrollarme en lo intelectual. Ahí decidí salirme, fue una decisión difícil, pero creo que fue correcta.

 

¿Obras o roles que más te gustaron?

Todo me gustó, algunas cosas me salían mejor que otras. Me gustaban los ballets con historias, humor. Me acuerdo de “Papillón”, que tenía una escena en un harem que yo integraba, nos tiramos cojines, después había un terremoto final. Disfrutaba los ballets donde había que actuar, hacer un poco de comedia. También me encantaba “El Lago de los Cisnes”, “Giselle”.

Sus coreógrafos favoritos Crystal Pite, William Forsythe, John Cranko, Kenneth McMillan, aliosas Angelin Preljocaj y Ohad Naharin, y la Compañía de Danza Contemporánea Kibbutz.

¿Cómo incentivarías a jóvenes, hombres y mujeres, a dedicarse al ballet?

La motivación es a conectarse con las artes en general. Todas las carreras artísticas son difíciles y duras. La danza es muy dura porque es corta y muy exigente. Entonces, más que incentivar a que les guste, hay que tener la pasión por el ballet, porque es una carrera compleja. Si no tienes ese amor, esa pasión, esa chispa, se puede hacer muy duro, pero si la tienes, lo vives con más normalidad, pese a las dificultades. Mi mensaje es que los artistas son tan necesarios en la sociedad como los abogados, los periodistas, los políticos, y si un hijo o hija tiene talento y vocación -ellos lo saben-, invitaría a las familias a apoyar a que sigan esa vocación y prueben hasta el final. También hay que motivar a que se conecten los públicos en general. La danza, la música, la ópera complementan la formación de las nuevas generaciones y el tejido social mejora mucho.

 

Tu vida cambió desde que dejaste de bailar, pero se ve que te gusta mucho lo que haces ahora.

Me encanta, creo que tomé una decisión muy acertada. Me fascina la danza, admiro a los bailarines y bailarinas, disfruto viéndolos, pero creo que mi mejor versión terminó en otra área vinculada a la cultura. Todo mi desarrollo posterior, en medios de comunicación, instituciones, fue alrededor de la cultura. El ballet fue la cristalización de una pasión mía en específico, pero hablaba más bien de un camino que, a lo largo de mi vida, ha sido estado ligado a la cultura. Yo estoy acostumbrada a tenerla presente desde los cinco años, pero muchos no tienen esa oportunidad y eso me motiva a abrir nuevos espacios de conexión entre  personas y expresiones artísticas diversas, no solo el ballet.