Integrante del histórico Musikkollegium Winterthur en Suiza, solista con orquestas en Chile y Europa y fundador del Loewe Quartett, el violinista chileno regresa al país para encabezar dos conciertos junto a la Orquesta de Cámara del Municipal de Santiago; el 29 de octubre en la Sala Arrau y el 5 de noviembre en el Aula Magna de la Universidad de los Andes.
El violinista chileno Bastián Loewe es hoy una de las figuras jóvenes más prometedoras de la música clásica. Integrante de la fila de primeros violines del Musikkollegium Winterthur —una de las agrupaciones profesionales más antiguas de Europa, fundada en 1629—, ha sido solista junto a la Sinfónica de Chile, la CAMERATA UANDES y diversas agrupaciones europeas. En Suiza fundó el Loewe Quartett, que ya acumula premios y presencia en programas internacionales de formación avanzada, y en Chile dejó huella en el Concurso Internacional de Violín Luis Sigall, donde obtuvo el tercer premio, el del público y la mejor interpretación de obra chilena. Con una carrera que combina la música de cámara, la orquesta y la actividad solista, Loewe regresa a Santiago para dirigir un programa junto a la Orquesta de Cámara del Municipal de Santiago, con conciertos el miércoles 29 de octubre en la Sala Arrau y el miércoles 5 de noviembre en el Aula Magna de la Universidad de los Andes.
Su historia con el violín comenzó temprano y de manera natural. “Era casi un juego. En alemán e inglés no se dice ‘tocar el violín’, se dice ‘jugar’. Y para mí siempre fue eso, un juego que me fascinaba y que echaba de menos cuando no lo tenía en mis manos”, recuerda. La música formaba parte inseparable de su entorno familiar: su abuelo, Hans Loewe, fue primer chelista de la Filarmónica y miembro fundador del Cuarteto Santiago; su abuela, Inés, integró la Sinfónica; y su padre, Marcelo, combinó la docencia en física con la viola en distintas agrupaciones de cámara. “No tengo recuerdos de la infancia sin música. Mi mamá dice que, de niño, me sentaba al lado de los músicos que ensayaban con mi papá y con dos palitos pretendía tocar. Hasta que una tía me regaló un violín pequeño, y ahí empezó todo”.

A los seis años inició clases con Enrique López, quien sería un pilar en su formación. “Muchos decían que yo era demasiado inquieto para el violín, pero Enrique confió en mí. Me mantuvo motivado durante doce años. Lo que le debo es la relación intuitiva que tengo con el instrumento; sin él, no estaría donde estoy”. Tras esa etapa en Chile, llegó a Europa a los 18 años. En Berlín aprendió la disciplina y el rigor técnico necesarios para profesionalizarse; en Basilea encontró una expansión estética que le permitió hacer arte con esas herramientas; y en Cremona, el contacto con concertinos de distintas orquestas lo inspiró a encontrar su propio camino.
En 2022 se integró a la orquesta de Winterthur, tras una audición que describe como “brutal, casi deportiva”. “Recibieron más de cien postulaciones y todo se definía en un solo día. Éramos 25 violinistas y tuve que tocar casi entero el concierto de Brahms, además de Mozart y extractos orquestales. Fue muy exigente, pero también una prueba que me marcó. Ese puesto es un sello de calidad, porque los niveles en Europa han subido muchísimo”.

Pese a ello, se resiste a quedar encasillado en una sola faceta. “Siempre digo que soy tripartito: tengo la música de cámara, el trabajo orquestal y la actividad solista. Me gusta hacer todo, porque creo que me hace un mejor músico”. Esa amplitud lo llevó a fundar el Loewe Quartett en Suiza junto a su esposa, también violinista. “El cuarteto de cuerdas concentra infinitas joyas. Para los compositores es una agrupación irresistible, y cada obra es un enorme desafío. Para mí siempre fue claro que yo quería abordar este maravillosos repertorio”.
En Chile también ha tenido momentos decisivos. En el Concurso Luis Sigall, uno de los más importantes de Latinoamérica, obtuvo el tercer premio, el del público y el reconocimiento a la mejor interpretación de obra chilena. “Era un sueño de niño. Siempre lo vi en televisión y me preguntaba cómo era posible que nunca hubiera un chileno laureado. Fue un túnel de diez días con mucha presión, pero lo disfruté mucho. El cariño del público fue inolvidable”. También tocó en la Quinta Vergara ante diez mil personas. “Curiosamente no lo recuerdo como algo intimidante. A mí me imponen más respeto las salas pequeñas, donde puedes ver los ojos del público y su reacción inmediata”.
Aun residiendo en Europa, mantiene un vínculo constante con Chile. Cada vez que regresa escucha a jóvenes músicos y comparte con ellos. “Me impresiona cómo el nivel ha subido y cómo la globalización ha ayudado a romper la burbuja que existía hace 20 o 30 años. Pero falta aún un circuito que apoye a los solistas locales. Es como en el deporte: un tenista no crece sin partidos, y un violinista tampoco crece sin escenarios. Ese espacio aún no existe en Chile, y sería fundamental para un mejor desarrollo de los nuevos talentos”.
Más allá del violín, confiesa que busca equilibrio en la vida diaria. Disfruta cocinar, hornear y preparar café de especialidad, hobbies que considera tan meditativos como tocar. Y al hablar de lo que lo emociona de su profesión, es tajante: “Lo lindo de esta carrera es que se me pague por descifrar qué quiso decir un compositor y compartir esa belleza con otros. Estoy convencido de que la música es calidad de vida, incluso para quienes no saben que la necesitan. No es un consumo pasivo, requiere atención y disposición. Nuestro desafío es convencer al público de volver a escuchar con profundidad las grandes obras del repertorio universal, en un mundo que se consume en segundos”.
Por eso, cuando le preguntan si se considera solista, camerístico u orquestal, responde con una referencia a Debussy: “Él en su tarjeta ponía simplemente ‘músico’. Y eso quiero ser yo, un músico. Si puedo seguir haciendo lo que hago ahora, pero a un nivel más alto, sería un sueño”.
Ese sueño lo trae nuevamente a Chile, donde su versatilidad y su visión podrán escucharse en dos conciertos que marcan un regreso significativo. Una ocasión para constatar cómo un violinista formado en la tradición familiar y pulido en la exigencia europea se presenta ante el público chileno, con una identidad que, como él mismo dice, se resume en una palabra sencilla y esencial: músico.
Apoyo de la Corporación de Amigos del Teatro Municipal y de la Fundación Ibáñez Atkinson
La Corporación Amigos del Teatro Municipal y la Fundación Ibáñez Atkinson han estado presentes en mi vida desde que tenía 14 años, y ambas cumplen un rol fundamental en la gestión cultural de Chile, especialmente en el ámbito de la formación de músicos. Para mí han sido un apoyo constante y decisivo, y les tengo una enorme gratitud. Cuando obtuve por primera vez una beca, a los 14 años, fue precisamente la familia Ibáñez Atkinson quien me la otorgó, incluso antes de que se constituyera formalmente la fundación. Desde entonces, he mantenido una relación muy cercana con ambas instituciones: los Amigos del Teatro Municipal me han acompañado durante toda mi carrera internacional, desde que me fui a estudiar a Alemania, y en dos ocasiones, he recibido, además, la beca de la Fundación Ibañez Atkinson.
Gracias a ese apoyo he podido regresar a Chile para ofrecer conciertos, algo que me llena de emoción. Por eso digo que su ayuda ha sido determinante en mi desarrollo, no solo por lo personal, sino también por el enorme aporte que ambas organizaciones hacen a la cultura en Chile: su perseverancia, compromiso y presencia constante, incluso en tiempos difíciles, son un ejemplo de cómo se construye una escena artística sólida y viva.